Se ha hablado del individualismo español como de
algo congénito y permanente, cuando la realidad es, que este individualismo
exasperado solo aparece cuando la sociedad española, su historia actual, se
ha quebrado; cuando el español se siente en el desierto y se refugia en sí
mismo, en su valor para afrontar la muerte buscándola por nada, corriendo
hacia ella para comprobar su condición humana, de hombres capaces de morir como
hombres, esto es: moralmente.
¿Qué es España?, es la pregunta que el intelectual
se hace y se repite. Se le ha hecho a la cultura española el reproche de no haber
fabricado una metafísica sistemática a estilo germano, sin ver que hace ya
mucho tiempo que todo era metafísica en España. No se hacía otra cosa, apenas;
en el ensayo, en la novela, en el periodismo inclusive y tal vez donde más. No
le va al español el levantar castillos de abstracciones, pero su angustia por
el propio ser de cada uno, es inmensa y corre por donde quiera se mire. No
tiene otro sentido toda la literatura del noventa y ocho y de lo que sigue.
Y como esa soledad en que el hombre de quehaceres
individuales (el intelectual), se ha quedado, proviene de la soledad en que
todos se habían quedado en España con respecto al pasado y a la tradición, al
hecho terrible de no tener al día la tradición, hay en consecuencia una falta
de espacio y perspectiva, de ordenación de valores que hace identificarse a
cada uno de los intelectuales españoles con España misma. Caso típico don
Miguel de Unamuno; creía que él era España y por eso no temía equivocarse ni
creyó que tendría que dar cuentas a nadie; él mismo era el tribunal y el
pueblo.
(María Zambrano: El español y la tradición).